martes, 23 de junio de 2020

Viaje en el tiempo por la Rivera del Hueznar

En homenaje póstumo a Manuel Sánchez Chamorro, recuperamos aquí el texto de la presentación que Antonio Carmona hizo de su libro "Viaje en el tiempo por la Rivera del Hueznar", en octubre de 1999, en la Biblioteca de Cazalla de la Sierra.

NOTAS A LA PRESENTACION DEL LIBRO

"VIAJE EN EL TIEMPO POR LA RIBERA DEL HUEZNAR"  

DE MANUEL SANCHEZ CHAMORRO.

Antonio Carmona Granado                                   

                                         Biblioteca de Cazalla de la Sierra,  1-Octubre- 1999

    Una vez más, es para mí un honor hacer otra presentación de otro libro de Manuel Sánchez Chamorro. Y estoy dispuesto a presentarle en Cazalla (si él quiere) todos los libros que escriba. Pero ciñéndonos al que tenemos por delante, tengo que decir, en primer lugar, que ha sido para mí un libro muy esperado. Y lo ha sido por  un motivo muy preciso. Hace tiempo caía en mis manos la gran obra de Juan Fernández Lacomba  y Antonio Calvo Laula titulada "In Vandalia Carmona". A partir de ese momento se apoderó de mí un deseo: que mi pueblo, que la Sierra Morena de Sevilla, tuviera un libro como ese. Con sinceridad era el tipo de libro que me hubiera gustado escribir para y sobre Cazalla de la Sierra. Y en eso recibo una grata noticia: a  Manuel Sánchez Chamorro se le ha encargado una "Guía del Paseante y del Viajero" sobre la Sierra, sobre la Rivera. Mis expectativas se iban a satisfacer con creces. Se darían la mano todos los ingredientes para conseguir una gran obra: el autor, el tema y  la editorial.

    Recuerdo que aquel libro sobre Carmona se abría con una cita de Italo Calvino que decía: "De una ciudad no disfrutas las siete o setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya". Pues  bien la obra de Sánchez Chamorro que hoy presentamos me ha respondido plenamente a esa pregunta, ha respondido satisfactoriamente a mi inquietud. Sánchez Chamorro me ha dicho lo que es la Rivera a la perfección: su paisaje, sus gentes, sus tradiciones, sus símbolos, sus misterios... su espíritu. Todo ha quedado respondido en su libro. Es la obra completa de la Rivera. En este  libro está el espíritu de la Rivera, el espíritu de la Sierra. Porque en este  libro la Rivera es la médula de la Sierra. El Viar y Ciudadeja son sus escoltas, sus acólitos. Huesna, sin embargo, articula, une, comarcaliza. Manolo ha ido al centro, al corazón, a lo más hondo de esta comarca.

    ¡Cuántos sentimientos denotan sus páginas! A través de ellas se transparenta lo que hay o lo que ha habido dentro de cada ser humano que ha vivido la Rivera. Todo expresado con genial maestría. Tanto me identifico con lo que escribe Sánchez Chamorro, que casi todo lo que cuenta  parece como si ya me lo hubieran contado antes. Recuerdo que mi padre, días antes de morir, en un viaje casi premonitorio, regresando de visitar por última vez a sus primos, los panaderos de San Nicolás, cuando recorríamos el Martinete, los Batanes, las Palomas, la caseta del Sepulcro..., lugares de su crianza, me contaba historias y anécdotas similares a las que narra Manolo; similares a las que también narró en su "Vieja Encina y otros cuentos de la Sierra". Mi padre, como Manolo sabe, fue descendiente de esos "campanarios" que tantos sudores y lamentos dejaron en esa Rivera, en la construcción del ferrocarril del Cerro, en ese camino de hierro que tan magníficamente se describe en este libro (Por cierto, las escrituras de adquisición de las distintas parcelas de terrenos para la construcción de ese ferrocarril por la "William Baird and Company Limited" se encuentran en nuestro Archivo de Protocolos en la escribanía de D. Matías Pompas Lozano, a lo largo de los años 1893 y 1894. Son curiosos los documentos en inglés en que se acreditan la identidad y el poder  para pleitos de los compradores).

    También me contaba mi padre "un crimen de la Rivera", un crimen real, pero casi convertido en leyenda,   un crimen del que aún queda huella, aún queda un nombre, un topónimo: "la caseta  del crimen". Un crimen posiblemente tan macabro como el que narra Manolo. Un crimen que tuvo resonancia en toda la comarca. Un crimen del que he encontrado noticias en el Acta Capitular del lunes 21 de Agosto del año 1920, en la cual se acordaba "interesar a los poderes públicos para que se recompensara a la fuerza de la Guardia Civil que capturó al autor del crimen realizado en la caseta del Ferrocarril nombrada del Sepulcro". Habían sido asesinados una mujer y dos niños. Mi padre recitaba una coplilla al respecto que yo nunca recordaré. Pues bien, en su libro, Manolo, me recuerda todo eso, evoca todo eso. En este libro está escrita, nada más y nada menos que la tradición cultural de las gentes de la  Sierra.

    Historias, leyendas, romances... se dan la mano en este libro de Sánchez Chamorro. ¡Cuánto arte en la estructuración de estos elementos! ¡Cuánta sabiduría literaria! ¡Qué derroche de originalidad y de ingenio en el tratamiento del lenguaje! SEBASTIAN CUMBREÑO, el narrador-protagonista o mejor dicho el protagonista-narrador, se expresa de modo idéntico al que lo hicieron siempre las gentes de la Sierra, sobre todo las gentes del campo, como por aquí decíamos, aquellos que oían poca radio y tenían poca escuela. Ese es el lenguaje de la tierra, que tan bien conoce Manolo y que con tanta soltura maneja. Además, como decía Cortijo en el último Chorrillo, su narrar es fluido, sutil y embaucador. Envolvente. Como el de los romanceros. No se puede dejar de leer. Jamás un libro me duró tan poco tiempo en las manos. ¡Miento! Tuve un paroncillo en la página 29. En una palabra que me resultó extraordinariamente atractiva y desconocida a la vez: "ARGÁLLARAS". Como tal no la localicé en ningún diccionario. Estos me remitían a una raíz de origen prerromano ("arganna") o árabe ("aryán"). Al final caí en la cuenta, por la definición que da el propio Sebastián Cumbreño, el protagonista-narrador, ("pequeñas bolas pardas y oscuras que forman unos a especie de insectos que se crían en las ramas de los árboles llamados quejigos, que son muy propios de los cerros de la Sierra") que esas "argállaras" bien podrían ser nuestros "toritos",  que tanto nos gustaba recoger por esos "vallaos". No sé si me equivoco. Pues bien ese es nuestro lenguaje antiguo que va desapareciendo. Ese es el lenguaje que Manolo revive en su novela, presentado con una técnica narrativa de muchos quilates literarios.

    Las tertulias de la imprenta  (ese señor Negrillo me suena), la matanza  (las vísceras, las entrañas, la hospitalidad de estas tierras), las huertas y los hortelanos (¡qué moros tan sagaces!), los sanadores  (un bonito recuerdo para  el 25º aniversario de la muerte de José Mª Osuna que se cumple este año y que prácticamente se nos ha pasado por alto), el tren... los suicidas que se tiraban al tren (¡Qué triste caseta de la "pringue")... los niños primitivos y "sin-vergüenzas": todos, temas comunes en nuestra tradición. Una tradición que ya no se transmite. Una tradición que ya se cuenta poco, como escribíamos en la Revista de Cazalla. Una tradición que ya no cuenta para nada. Nuestra tradición popular. ¡Cuánta sabiduría tirada por los suelos! ¡Cuánto saber desperdiciado y arrinconado! ¡Qué corte tan brutal entre las viejas y  las nuevas generaciones! Menos mal que las gentes del  54  recogimos algo y aquí ha estado Manolo para contarlo. ¡Y de qué manera lo ha contado! Pues estamos ante un libro literario y científico al mismo tiempo: un gran libro antropológico, que bebe en las fuentes de ese gran investigador, desgraciadamente poco conocido en nuestra tierra, la suya, que fue MICRÓFILO.

    Para las gentes de aquí, el libro, seguro que servirá de reencuentro con nuestra línea del tiempo, con nuestros lugares, para reconocernos y reflexionar para nuestros adentros: ¡Nos dejamos arrastrar con tanta facilidad por todo lo de fuera que no solemos ver y apreciar nuestros propios valores! Para  las gentes que llegan, para los "paseantes", para los "viajeros", (no para los turistas), no cabe duda que el libro será una guía verdadera para comprender la Sierra, para entender que la Sierra es misteriosa, es compleja, y es sencilla a la vez; para entender que la Sierra hay que absorberla despacio y paladeándola con reposo,  como a ese aguardiente del que tanto habla Manolo. Estas tierras tienen cosas que no se han hecho en dos días y no se desgranan en un minuto. Quien puede resumirlas en tan sólo 175 páginas y con tanta facilidad es porque las conoce muy bien. Como es el caso de este escritor.

    Y no queriéndome detener en ejercicio erudito de crítica literaria, no puedo olvidarme,  por último, del colorido y de la riqueza estética de esas 40 maravillosas imágenes, esas 40 ilustraciones fotográficas que han sabido sintonizar perfectamente con el espíritu del texto. Felicitar a su responsable Javier Andrada  por lo bien que lo viene  haciendo a lo largo de la colección. En fin una gran labor editorial del Área de Cultura de Diputación, digna de unos autores que han sabido estar con creces a la altura de las circunstancias. A todos muchas gracias por este libro. Nada más por mi parte.

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