martes, 28 de abril de 2020

La Peste de 1800 (I y II)

Cosas de nuestra historia. El Chorrillo 37 y 38 (1993)
Antonio Carmona Granado


Los pueblos, a lo largo de su historia, pasan por circuns­tancias de todo carácter, unas veces felices, otras desgra­ciadas. La altura de las colectividades queda reflejada en su capacidad de reacción ante esas circunstancias adversas.
Cazalla, por supuesto, se ha encontrado, en su pasado, con momentos difíciles que han cuestionado su supervivencia. Tal fue el caso de la pestilencia de 1649, que dejó la población reducida a la mitad, situación de la que no comenzó a recuperarse casi hasta finales del siglo siguiente.
Pues bien, a comienzos del siglo XIX, nuevamente, las circunstancias adversas hacen acto de presencia en la vida de Cazalla.
Corría el mes de Septiembre del año 1800. El Cabildo municipal se reunía el mismo día 8 de ese mes (“sin embargo ser hoy día de la Natividad de María Santísima”, dice textualmente el Acta Capitular). El motivo de la reunión era “tomar las más prontas y eficaces provi­dencias” que puedan evitar el contagio de la población de la “plaga a que comúnmente llaman Peste” que por entonces azotaba Cádiz, Sevi­lla y los pueblos cercanos a la villa, y “cuyos efectos se admiran por la mucha gente que repentinamente fallece, sin poder los físicos contener las enfermedades de que se les origina”.
Los acuerdos que el Concejo adoptaba eran los siguientes:
1º. Traer al día siguiente a la Virgen del Monte desde su santuario a la iglesia parroquial, y allí se la haría un Novenario, “con la solemnidad acostumbrada”. De ello se encargarían los Diputados de fiestas del Cabildo, junto con D. Francisco Pernía y D. Antonio Mª Zerón.
2º. Pasear, igualmente, en procesión hasta la parroquia a “la gloriosa imagen del Sr. San Sebastián, Patrono de esta villa y Abogado contra la Peste”. (Por cierto, en el mes de Octubre siguiente los gremios de Carpinteros, Albañiles, Caleros y Ladrilleros solicitaban permiso para pedir por el pueblo en los días de fiesta para levantar a su costa la capilla de San Sebastián, permiso que se les concedió).
 3º. Impedir que toda persona que venga de Sevilla, Cádiz o de los pueblos que tengan infección entre en la villa, bajo ningún pretexto o motivo “debiéndose guiar cualesquier pasajero desde el Arroyo de la Cañada, por el mismo, la Roncadera y Las Minas a la provincia de Extremadura o su destino”.
4º. Hacer saber a los Meso­neros que so pena de cincuenta ducados no admitan en sus casas a personas procedentes de los lugares de contagio.
5º Publicar que todo vecino que vea a alguien venir de Sevilla lo guíe por el camino descrito, no permitiendo su entrada en la villa “con buen modo y orden que nos les cause ofensa, dando parte de cualquier ocurrencia a los señores Alcaldes para que ordenen lo más conveniente”.
6º Prohibir al vecindario que vaya a la ciudad de Sevilla y en caso de que alguien lo hiciese, no permitírsele la entrada en el pueblo a su vuelta.
En resumen, procesiones, rezos y aislamiento, para una situación de crisis que en cualquier momento se podría convertir en calamitosa.
El día 15 de Septiembre se tomaban nuevas medidas formándose una Junta de Contención y Sanidad y nom­brando ocho delegados sanitarios que se encargarían de la coordinación y ejecución de las acciones contra el contagio.
A lo largo del mes de Octubre se siguen adoptando soluciones al respecto, y el 6 de Noviembre se acuerda hacer una “Función solemne” a la Virgen del Monte.
A pesar de que se pudo evitar la propagación de la enfermedad, las consecuencias que trajo consigo la situación de aislamiento fueron nefastas para la economía cazallera: grandes dificultades para rea­lizar la vendimia, para el abastecimiento de la población, etc.
En fin, cosas de nuestra historia.

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