Antonio Carmona Granado
Los pueblos, a lo largo de su historia, pasan por
circunstancias de todo carácter, unas veces felices, otras desgraciadas. La
altura de las colectividades queda reflejada en su capacidad de reacción ante
esas circunstancias adversas.
Cazalla, por supuesto, se ha encontrado, en su pasado,
con momentos difíciles que han cuestionado su supervivencia. Tal fue el caso de
la pestilencia de 1649, que dejó la población reducida a la mitad, situación de
la que no comenzó a recuperarse casi hasta finales del siglo siguiente.
Pues bien, a comienzos del siglo XIX, nuevamente, las
circunstancias adversas hacen acto de presencia en la vida de Cazalla.
Corría el mes de Septiembre del año 1800. El Cabildo
municipal se reunía el mismo día 8 de ese mes (“sin embargo ser hoy día de la Natividad de María Santísima”, dice
textualmente el Acta Capitular). El motivo de la reunión era “tomar las más prontas y eficaces providencias”
que puedan evitar el contagio de la población de la “plaga a que comúnmente llaman Peste” que por entonces azotaba
Cádiz, Sevilla y los pueblos cercanos a la villa, y “cuyos efectos se admiran por la mucha gente que repentinamente fallece,
sin poder los físicos contener las enfermedades de que se les origina”.
Los acuerdos que el Concejo adoptaba eran los
siguientes:
1º. Traer al día siguiente a la Virgen del Monte desde
su santuario a la iglesia parroquial, y allí se la haría un Novenario, “con la solemnidad acostumbrada”. De ello
se encargarían los Diputados de fiestas del Cabildo, junto con D. Francisco
Pernía y D. Antonio Mª Zerón.
2º. Pasear, igualmente, en procesión hasta la parroquia
a “la gloriosa imagen del Sr. San
Sebastián, Patrono de esta villa y Abogado contra la Peste”. (Por cierto,
en el mes de Octubre siguiente los gremios de Carpinteros, Albañiles, Caleros y
Ladrilleros solicitaban permiso para pedir por el pueblo en los días de fiesta
para levantar a su costa la capilla de San Sebastián, permiso que se les
concedió).
3º. Impedir
que toda persona que venga de Sevilla, Cádiz o de los pueblos que tengan
infección entre en la villa, bajo ningún pretexto o motivo “debiéndose guiar cualesquier pasajero desde
el Arroyo de la Cañada, por el mismo, la Roncadera y Las Minas a la provincia
de Extremadura o su destino”.
4º. Hacer saber a los Mesoneros que so pena de
cincuenta ducados no admitan en sus casas a personas procedentes de los lugares
de contagio.
5º Publicar que todo vecino que vea a alguien venir de
Sevilla lo guíe por el camino descrito, no permitiendo su entrada en la villa “con buen modo y orden que nos les cause
ofensa, dando parte de cualquier ocurrencia a los señores Alcaldes para que
ordenen lo más conveniente”.
6º Prohibir
al vecindario que vaya a la ciudad de Sevilla y en caso de que alguien lo
hiciese, no permitírsele la entrada en el pueblo a su vuelta.
En resumen, procesiones, rezos y aislamiento, para una
situación de crisis que en cualquier momento se podría convertir en calamitosa.
El día 15 de Septiembre se tomaban nuevas medidas
formándose una Junta de Contención y
Sanidad y nombrando ocho delegados
sanitarios que se encargarían de la coordinación y ejecución de las
acciones contra el contagio.
A lo largo del mes de Octubre se siguen adoptando
soluciones al respecto, y el 6 de Noviembre se acuerda hacer una “Función solemne” a la Virgen del Monte.
A pesar de que se pudo evitar la propagación de la
enfermedad, las consecuencias que trajo consigo la situación de aislamiento
fueron nefastas para la economía cazallera: grandes dificultades para realizar
la vendimia, para el abastecimiento de la población, etc.
En fin, cosas de nuestra
historia.
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